miércoles, 20 de mayo de 2015

«Elegías doppler», de Ben Lerner (tríptico)


Veo a veces en los Encantes, tirados por el suelo, cuadernos escolares donde alguien ha pegado recortes con algún propósito. Bien por gusto, bien por asombro. Página a página, abultadas por la mala posteridad del pegamento, emulan un modelo: el libro ilustrado, el periódico, acaso el álbum. A quien los ojea, de pie, sin ánimo siquiera para preguntar por el precio (¿qué haría con eso en casa?), le producen una difusa melancolía. Adivina detrás un ánimo sostenido, ingenuo, de reconstrucción de un encanto que le llegaba hecho añicos. O astillado. Un deseo ciego de sentirse «brevemente emancipado de la fragmentación». 

Como cuando el metro abandona el túnel y sale al exterior, dice Ben Lerner. Así salvar el desastre de que las imágenes y las ideas fluyan. Estén ahí solo para irse, en el periódico que cubre el suelo recién fregado. Son esos cuadernos escolares hinchados igual que se hincha un cadáver el mismo desastre que acucia al lenguaje. «El desastre / de no terminar las oraciones». Frases pegadas en la trompa de Eustaquio que se quedan ahí, grafitis en las paredes del barrio donde el alcalde no saca votos. Versos que alguien engoma en el espacio indeciso y casual del poema. 

Frases que modifican su onda elegíaca cuando se acercan y cuando se alejan, porque acercarse y alejarse es «el desastre del lenguaje», el único con el que se entiende y no se entiende al mismo tiempo. Con el que se ve con total claridad lo que no se está viendo: «Poemas / sobre estrellas / y / sobre cómo las borran las farolas / de la calle». Un jarrón que al desenvolverlo llega agrietado y sin vale de retorno. Y al forzarlo para disimular las fisuras, acaba resquebrajado. En este punto escribe Ben Lerner sus poemas. Sus recortes de oraciones unidas por cola sintáctica.