miércoles, 21 de enero de 2015

El pabellón dorado [4]


No hay más lugar que el que alcanzan los dedos a desentrañar. La piel rugosa de los revestimientos. La aspereza de las paredes donde la pintura se ha ido secando en su correoso noviazgo con el tiempo. Las maderas cuya suavidad busca compañía. Quien deja la mano sobre la mesa de nogal, quien acaricia el abedul de las molduras de la silla. La impresión fría del cristal, su seductora perfección de realidad superpuesta. La rugosidad desengañada del barro. El puchero, el cántaro, las orzas. Cuando palpar es conocer, el horizonte está concentrado en la materia. No hay ideas, solo asimiento.