miércoles, 28 de enero de 2015

Becqueriana / 61


Las manos siempre han querido ser pájaros. Ya no solo ala de ave, sino ellas mismas, en sí mismas, pájaro. Conocen las manos las ondulaciones, el fluir en el aire, la dicción de los vientos, la respiración de los pájaros. Y aspiran a serlo. También saben posarse como pájaros. Sobre el hombro, con precisión; sobre la cabeza, con dulzura; sobre los labios, con delicadeza. Saben alanzar la rama y agitarla un instante casi imperceptible cuando se posan, ese estremecimiento que se siente cuando las alas de la mano rozan la mejilla, acarician el cuello, caminan por la espalda. Ese pájaro.