sábado, 27 de diciembre de 2014

Becqueriana / 57


Cada gesto de la mujer que se ha asomado a la ventana modifica el paisaje, lo transforma. Si sopla como quien deshace un diente de león, las flores de la acacia pintan la hierba y los guijarros del sendero de amarillo-van-gogh. Si silba la melodía de una canción de amor las violetas despiertan en el talud del ferrocarril y lo saludan cuando pasa. Si canta la letra de un poema que se aprendió de memoria cuando era niña, los gatos se tumban en el alféizar a escucharla. Si sueña, unas manos vaporosas sujetan su cintura por detrás y la elevan.