jueves, 17 de abril de 2014

Becqueriana / 47


El papel sobre el que se escribe el primer poema del día es la luz de la mañana. La pluma de los labios, que ha sido cargada en el tintero de las caricias nocturnas, pronuncia las palabras que quedan grabadas en el aire, revoloteando como una bandada de pájaros cantarines. Un nombre, el que traza el horizonte. Los signos, los que señalan el río donde se bañan. Los ojos, fluviales, acogen la pureza y la abrigan con su humedad. Dibujan la alameda donde una tarde se acercó una mano a otra mano y quedaron así entrelazadas. La caligrafía cursiva del gozo.