lunes, 1 de abril de 2013

Becqueriana / 9


Durante esa hora extraña del inicio de la tarde, cuando la razón cae en un insípido duermevela y las palabras rezongan entre sí, atropellándose, crispadas, qué sé yo, entonces tomo la mano del sinsentido y la acaricio solo con las yemas de mis dedos, como levitando sobre su piel incomprensible. Es solo un momento, ese tonto de los culebrones en el televisor y de las tacitas de café con los bordes manchados sobre las mesas sin recoger en los restaurantes. Nos tomamos de la mano, lo irracional y yo, y nos lanzamos promesas con la mirada. Un instante, nada más.