sábado, 30 de marzo de 2013

Becqueriana / 8


Con un diestro giro de muñeca le da la vuelta al recorte de papel de estraza, asegura con un doblez el extremo y llena de cerezas el cucurucho que luego me entrega. De dos en dos las como entre los puestos del mercadillo hasta que una a medio morder resbala de mis labios y deja impresa sobre mi camisa su beso carmesí, jugoso de retórica y de maldad. La multitud sigue su paseo ajena a mi desgracia. El cielo diáfano, el sol que se cuela entre los toldos. Mi camisa blanca, el cucurucho a medias. Y yo, tan triste, tanto.