miércoles, 3 de octubre de 2012

Feliniana

Mientras camina sobre el muro, su figura se recorta oscura contra la luz del poniente. Sus pasos siguen un ritmo que ya no se entiende en el mundo, ebrio de velocidad. Sus ojos determinan la geometría del silencio de quien se acerca. Superviviente, acaso, de alguna antigua catástrofe devastadora, escruta y comprende el sentido de los movimientos que le rodean. Se detiene ante ellos, los husmea y solo restriega su lomo en piernas que le recuerden la corteza del árbol donde fue concebido. Entonces su ronroneo casi feliz y casi alegre emerge de las entrañas de la tristeza. El gato.