jueves, 16 de agosto de 2012

1927


Hay quien caligrafió con una vela encendida su nombre en las paredes. Quien arrancaba los marcos de las puertas para quemarlos y amontonó ladrillos para sentarse. Quien lanzaba grumos de cemento a las bombillas e impactó alrededor de cada aplique. Quien retorció hacia arriba las manecillas del gran reloj de la sala, detenido de un balazo. Quien orinaba sobre el papel pintando buscando las alturas. Quien arrancó los cables eléctricos y dejó tirados los restos después de atar algún bulto. Quien a punta de navaja dibujaba genitales obsesivamente en la tarima de los músicos. En eso queda el espíritu moderno.