martes, 3 de julio de 2012

1774


El viento helado descubre grietas entre los sillares, atraviesa rudas puertas de roble y traza deformes flores azules sobre los tapices que cubren los muros. El fuego que crepita en la chimenea apenas consigue defender su aureola dorada. Por los corredores resuena el caminar nervioso de los criados, sus voces, sus quehaceres casi desesperados. La baronesa le reza a un dios humilde y cercano, el que le pidió a su primer hijo para el coro de ángeles. En la cuna llora Georg Friedrich Philipp. Paños empapados en agua limpian un cuerpo que arde y acaso ya anhele convertirse en resplandor.