martes, 13 de septiembre de 2011

LaA, y 7

Una novela no ha de hablar de poética, ni de generaciones, ni del destino, pero sin una idea implícita de esas tres cosas, ¿para qué leerla? O mejor, ¿para qué escribirla? Los informes del confidente político se parecen a los poemas: revelan lo oculto, pero a nadie le interesa leerlos. Acaso haya demasiados delatores y lo único de verdad desconocido sea la claridad. Si descubre que aquello que da sentido a su vida no es suyo, sino del hermano mayor, acaso confunda las líneas que separan realidad y vacío. Su memoria se convierte así en un puesto de baratijas, áptera.