jueves, 24 de septiembre de 2009

Un inicio de novela y dos paréntesis

El día 30 de septiembre de aquel año, seis meses antes de la guerra, recibí mi primer salario como maestro suplente en el colegio infantil de Palfre, el único que había en esta localidad de la Baja Liboria. Cuando llegué al cuarto que tenía alquilado en la casa de doña Nataline cerré la puerta, corrí los visillos y de espaldas a la ventana que daba a la calle abrí el sobre que había traído, desde el colegio, apretado en un puño dentro del bolsillo del pantalón. Saqué los billetes y los esparcí, junto a las monedas, por la mesa. Volví...
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(Doménica tiene 45.404 palabras distribuidas en siete capítulos. Recuerdo cuándo empecé a escribirla, desde el primer instante con este título. Hacia las siete de la mañana del 15 de septiembre de 2005 me desperté con la historia completa en la cabeza y con el nombre de la protagonista. Inmediatamente me puse a redactar en la mente. Seguía en la cama porque la hora no aconsejaba otra cosa. Cuando lo escrito en la cabeza rebasaba la capacidad de memoria, me levanté. Eran las siete y media, según anoté en el cuaderno donde empecé a transcribir tal cual está el primer párrafo.)
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(El 15 de septiembre, aquel año, fue el primer día del curso. Es decir, tuve que interrumpir la escritura para ir a trabajar. Este incidente resultó esencial en la concepción de la novela. Durante unas horas conviví con un párrafo. Durante los días siguientes tomé notas sobre el argumento soñado. Estructuré el primer capítulo y me di cuenta de que el párrafo cobraba protagonismo. El capítulo uno quedó proyectado en catorce párrafos. Me sentí feliz con el número, que repetí en los demás. Una tarde lo puse en endecasílabos, un verso por cada párrafo. Escribí el soneto del primer capítulo.)