lunes, 5 de mayo de 2008

El silencio

La tarde en la que, tumbado en el camastro de la pensión Láng, pensé que me era indiferente levantarme para salir con Qīng Wā o quedarme allí dormido, falté a la cita del jueves. Tampoco aparecí el domingo. Enfermo de esa maldición que se denomina juventud, no distinguí en el poso de angustia de la última calada frente a la pila de los tubos herrumbrosos, cuando los otros empleados habían regresado ya a sus puestos, arrastrando tras ellos el eco de las obscenidades que nos habían hecho reír, la nostalgia de Qīng Wā, el silencio que no aprendí a escuchar.