Que los caminos que emprenda o concluya conozcan estas columnas no es un don. Don lo reciben los peregrinos si, con el manto hecho jirones, alcanzan a postrarse ante la piedra que les arrancó de su lugar. Don posee quien, ante la simple amapola mecida por el viento y descubierta en una azarosa mirada, adivina con optimismo signos del futuro. Mi pensamiento carece de las dádivas que enternecen el arduo empeño de quien camina. Me ampara la solidez marmórea de una casa y el tacto áspero de los muchos pergaminos que he leído. Y no consigo de ningún modo olvidar.
