En el curso alto de los ríos pasan desapercibidas las letras que carecen de sonido. Son tantas y tan recientes que resulta absurdo preocuparse por lo que existe. Que exista basta. O incluso que no exista. Da lo mismo. Siempre he vivido cerca de las fuentes. Una construcción humilde, aunque próspera en humo durante los inviernos y en gritos infantiles al llegar las vacaciones. Todo propicio para que descuidara el sonido de las letras que no lo poseen. Idiota, diría cualquiera de contárselo. Pero lo mantengo en secreto, como quien, humillado por una lacra, la airea a los cuatro vientos.