El río no se detiene por nada. No es como nosotros, animales asustadizos ante algo que ocurre, tan incomprensible de repente. El río continúa su tránsito desentendido, hacia un lugar lejano que no hemos visto nunca. Tanto le da que nos bañemos dando gritos o que regresemos secos y aburridos a casa. Que haga sol o que llueva. Cómo me gustaría haber sido río aquella mañana de verano. Nos habíamos desvestido deprisa, ávidos por lanzarnos desde la piedra hacia el centro de la poza. Reíamos, cantábamos. Al río le daba igual. Tan indiferente como siguió después de que hubiera ocurrido.