Ahora no negaré que durante toda mi adolescencia fantaseara, desde que una novia de mi hermano mayor me pusiera al día, con el lugar propicio donde aquello tan trascendente iba a acontecer. Aunque fueran muchas las posibilidades imaginadas entonces, y que ahora habré ya olvidado, lo cierto es que nunca me detuve a soñar que ocurriera donde pasó. Habíamos quedado los dos solos a una hora determinada en el parque, junto a la vieja muralla. Llegué antes y por bromear me escondí en un recoveco que forma el muro junto a la torre. Y allí apareció él, encantado de encontrarme.