jueves, 11 de octubre de 2018

1855. Gustavo Adolfo y Rosalía visitan juntos el Cementerio de San Isidro en Madrid.



Cuchillo que corta el pan en rebanadas, el sol de la tarde divide sobre el seto de cipreses el mundo. Una grieta que solo los dos jóvenes ven. Entre bromas saltan de uno al otro lado, riendo, sin averiguar aún qué costado prefieren, si el de la luz o el de las sombras. Rosalía les habla a las figuras femeninas, cabizbajas, para escuchar su acento neblinoso. Gustavo se alza sobre los mármoles para acariciar las alas de los ángeles. «¡Arden!», grita y un puñado de gorriones echa a volar. Aún debe de haber carbonilla de humeante locomotora en sendas melenas.