lunes, 17 de diciembre de 2012

1891


Como si en cada traviesa las ruedas saltaran sobre su muñón. A cada traqueteo se le crispa el rostro. Suda. Con un pañuelo húmedo trato de refrescarle, pero solo consigo convertir en negro lodo el humo que entra por la ventanilla abierta a agosto. Cuando el vagón se detiene y desentumece los músculos de la cara, le aparecen pequeñas arrugas blancas donde, de tan contraído el gesto, no ha logrado entrar la carbonilla. Apenas habla, ni sé qué decirle. Un hermano la ata a una, lo sé, pero no dejo de preguntarme si es un hermano o es un desconocido.