lunes, 21 de mayo de 2012

«Te veo triste», de Fernando Sanmartín.


«La muerte… no interesa… muchos se creen inmortales… alguien descubrirá pronto una vacuna contra la muerte… Pero… ¿cómo sería entonces el escaparate de la vida?». En estas frases, entresacadas de la página 88 del libro, el lector medita con las palabras del narrador sobre la historia que está leyendo: una hija que entra en el laberinto de su propia vida en el momento en el que muere el padre y le deja como herencia un amor secreto. Solo la muerte es capaz de mostrar el sentido auténtico de la vida, que siempre, con los tucos de la edad, consigue ocultarse.

Se ensimisma. La muerte del padre es la piedra que astilla la cúpula de cristal que recubre a la hija. Cuando ya nada puede rectificarse. Más atenta a la reinterpretación mediante el lenguaje de la vida cotidiana (la novela es una mínima enciclopedia de pensamientos poéticos) que a los aburridos protocolos de la acción, la prosa diáfana y precisa de Fernando Sanmartín compone en Te veo triste una estremecedora elegía. Acaso el lamento no solo de una hija, sino de toda una época que cree bastarse a sí misma, huye de sus raíces, trivializa los sentimientos e ignora sus laberintos.