martes, 6 de octubre de 2009

A vueltas con «Doménica»: ¿qué demonios quise contar? (pseudotríptico)

El protagonista, Etienne Estame, es un emblema del pragmatismo contemporáneo. La novela plantea un juego constante entre concepciones idealistas. Laborde es el idealista romántico, en el que el ideal ya está absolutamente desligado de la realidad. En Laborde ideal y vida forman dos universos irreconciliables. Pero Doménica también es una idealista, una idealista prerromántica, del mismo modo que lo fueron los barrocos: busca incorporar el ideal a la vida cotidiana. De hecho, a una vida cotidiana —en la mejor tradición barroca— plenamente satisfecha en su aura mediocritas (está contenta con su vida en el burdel, como antes lo había estado
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de sus relaciones con el jardinero). En esta estela barroca, Doménica funde perfectamente el ideal de una vida superior (aspiraciones al amor y a la belleza) con una vida cotidiana mísera, como una forma de trascenderla. Estame, de hecho, comparte aspectos idealistas románticos y barrocos, pero sin convicción. Intuye, tal vez, como Doménica, que la monótona vida provinciana que le ha tocado en suerte se puede superar desde dentro, viviéndola con intensidad; y tampoco es ajeno a los cantos de sirena románticos que Laborde le lanza. Pero en el fondo no cree en ninguna de esas dos vías. Su idealismo,
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de tan anémico, tiende a la inexistencia. En este momento Estame —apellido cuya sonoridad evoca el verbo «estar»— utiliza la fuerza y el aliento del idealismo no para sustentar un ideal —como hacen Laborde y Doménica, cada uno a su modo—, sino para autojustificar una conveniencia. Estame no cambia el modo de actuar ni el procedimiento del idealismo, sino sólo su utopía: no aspira a «ser» (y sus implicaciones morales), sino sólo a «estar» bien o a salir bien parado en cada secuencia de la vida. Este es el modelo de su pragmatismo, que tal vez resulte excesivamente contemporáneo.