He salido al escenario en una única ocasión que quiero recordar ahora. El teatro, lleno de butacas recubiertas de polvo. Unos amigos que me acompañaban se sentaron en las primeras filas, sin pensar en sus abrigos, para luego aplaudirme. Por los cristales rotos del edificio abandonado entraba la luz hasta las tablas, elegí un rayo de sol para situar los ojos como si me deslumbrara un foco. Y así, entre jirones de telón y maderas levantadas, representé ante el vacío un monólogo que había aprendido de niño en la escuela. Todo era tan real que solo pude considerarlo un debut.