Después de pensarlo durante un tiempo he recapacitado y creo que no es un delirio, como lo consideraba, que uno mantenga animadas conversaciones con su sombra. Hablar con árboles, abrazarlos, sentir su energía parece actitud más sensata, pero sobrelleva una incomodidad esencial. Hay que desplazarse siempre a un lugar. Hablar con pájaros ofrece el inconveniente opuesto, echan a volar y se llevan lo que uno les ha contado a nunca se sabe dónde. Charlar con la propia sombra resulta algo arduo en verano, pero muy agradable en días invernales, y tiene una ventaja indiscutible, ninguna controversia acaba luego en separación.