Una de las virtudes de lo inexistente es la falta de contradicciones en su esencia. El no haber acontecido nunca le libra de la imposible posibilidad de una repetición. Puede ser convocada innumerables ocasiones, y siempre se vivirá de la misma forma aunque siempre parezca diferente. Al no ocurrir, permanece inalterada como potencia. Tampoco le afectan los olvidos, ni las recreaciones, ni las dudas que contraen o extienden todo aquello que tuvo realidad. Por no haber existido mantienen vírgenes sus opciones de duración. Sus cualidades simbólicas, a diferencia de lo que perece, exhiben ingenuas su firme candidatura a lo eterno.