miércoles, 6 de abril de 2016

# 552 oiɿɒƚɘib ,yɒnƨo⅃ ɒǫɒM


Un razonamiento no vale más ni menos que el papel moneda. Ambos sirven para lo mismo: que algo pase de una mano a otra. Certifican pertenencias. Y no lo hacen ya por certidumbre ni convicción, sino únicamente por cantidad. La razón, sin embargo, no se vende; compra. Los argumentos son el papel moneda que somete voluntades. Es la libertad que las encauza. Las autopistas se alzan como gran monumento a la racionalidad. Para escribir quedan los prefijos: lo asistemático, lo irracional, lo desorientado. Cuando el convencimiento se convierte en sinónimo de conquista, solo se intuye una huida: el pensamiento desleído.