domingo, 25 de octubre de 2015

Becqueriana / 77


La melodía del bosque suena. Los pasos firmes, su armonía lenta. Una música que se baila con los pensamientos sosegados, casi detenidos, los ojos sin dar abasto, las manos nómadas entre la maleza. Una luz tenue, que la fronda protege de estridencias, moteada por destellos sobre aquello que se ve. Un sin nadie que es al mismo tiempo una multitud. El bosque. La inmensidad íntima. El lugar donde las horas viajan a lomos del diente de león acabado de soplar. La senda que el caminar traza le conduce a cada uno a sí mismo. Palabra, espacio, instante. Crepitación de hojarasca.