jueves, 12 de marzo de 2015

Becqueriana / 64


La lluvia aprendió música en la calle. De un palo que golpea un tronco. De una teja desprendida que abolla el coche de un concejal. De una piedra que impacta con el cristal de la ventana. Sus sonidos son severos, rotundos. Nacen del abandono y de la injusticia. Maullidos en el fondo del callejón. Ulular en los corredores del edificio en ruinas. Graznar de aves famélicas. La lluvia no tuvo otro maestro que la intemperie ni otra compañía que el desprecio. De ahí su ira. Entramos en casa chorreando, sin paraguas, las ropas empapadas, el deseo a flor de piel.