jueves, 15 de mayo de 2014

Portuaria # 2


Una mañana salieron todas las embarcaciones menos la suya, que se quedó amarrada, oscilando, pensativa. Tampoco apareció el viejo al día siguiente ni al otro. Semanas después se subió a la barca un joven, le echó fuel al motor y la arrancó. Salió a pescar con los demás. Dijo que se llamaba Ernesto. Igual que el viejo. Pensamos que quizá fuera un hijo. Pródigo, no sé. Al cabo de un tiempo Ernesto ya era él. Alguien le preguntó por el otro, por el dueño de la barca. Le respondió de espaldas, con desprecio: El único Ernesto que existe soy yo.