viernes, 12 de abril de 2013

Langham Street


Detrás de la iglesia, las lápidas alineadas, aunque a suficiente distancia, dejaban un corredor de hierba perfecto para jugar a fútbol. Lo peor era marcar un gol, porque si gritábamos salía el párroco de Langham dando voces y en ocasiones ni nos daba tiempo a salvar la pelota. Peor aún, sin embargo, hubiera sido celebrar un gol en silencio. Así que nuestros partidos acababan siempre uno a cero. Marcar y salir corriendo era lo mismo. Es lo único que recuerdo del lugar donde nací. Nos vinimos a Londres, debuté con el Sutton, y en el banquillo añoro nuestro cementerio.