miércoles, 30 de mayo de 2012

Landas


Cuando levanté la cabeza para seguir el vuelo apresurado del vencejo, mis ojos tropezaron con el gesto resentido de la nube. ¿No me reconoces? —como si al preguntarme adivinara la respuesta. No sé nada sobre vuestra manera de caminar. Cuando miro al cielo ya veo llegar otras, y sin embargo no os he visto partir. ¿Cómo voy a reconoceros, nubes? ¿Por qué me tratas en plural? —mi afabilidad solo conseguía aumentar su malhumor— ¿Acaso te llamo yo a ti ser humano en lugar de pronunciar tu nombre? Qué metedura de pata, pensé. Nube, déjame ir contigo. No debería —masculló. Anda.