lunes, 4 de octubre de 2010

Crepusculares, 2

Ciertos escritores encargaron en su agonía que sus manuscritos fueran destruidos. A veces es más importante el gesto que el hecho. Si el autor hubiera quemado sus papeles, su acción carecería de valor simbólico, y así hubiera ido a parar pronto al vertedero de la erudición. Lo convierte en inolvidable la petición, la amenaza. Es una metáfora llena de esperanza, por eso quizá siga conmoviendo la creencia de que existirá en el futuro lo que ha existido —lecturas, devoción, memoria—. Hoy resulta una solicitud imposible —todo está publicado— y redundante —tan adelantada llevamos la destrucción de la memoria—.