sábado, 23 de enero de 2010

Crónica de un latrocinio

Sólo el helor de mañana de invierno sin nubes deambula por las calles tan temprano. Dos gaviotas se detienen en mitad de la calzada sin que ningún vehículo las espante. Luego emprenden el vuelo y al desplegar las alas empequeñecen los edificios. No es gran cosa lo que veo, pero es mío. De repente, envidiosa tal vez, la alarma de un comercio inunda el aire con su desesperación sonora. Sus ondas persiguen el frío con descaro. Las gaviotas no son ya ni un recuerdo. El timbre desproporcionado impone su prepotencia. Se queda con la gelidez, con las imágenes, con todo.