miércoles, 1 de abril de 2009

Capitán Ahab

Leo un libro de Gilles Deleuze. Los efectos narcotizantes de su prosa son inmediatos. No sé ni de qué habla, pero me deslizo por sus páginas como quien admira en el escaparate un coche muy caro. Llego a un ensayo sobre Melville, sigo sin entender nada, pero Ahab evoca mi primer contacto con los libros. Por ahí debo de tenerlo: una edición ilustrada, infantil, de Moby Dick. Me lo prestaron en el colegio. Pasado cierto tiempo, tenía que entregarlo. Nunca me lo reclamaron. Cada mañana lo miraba y me apenaba desprenderme de él. Otro día —pensaba—, hoy preferiría no devolverlo.