sábado, 23 de febrero de 2019

Becqueriana / y 154



La noche se ha quedado dormida en el sofá después de habernos oído hablar toda la noche. En mala postura, desabrigada, exhausta. Hemos tenido que recolocarla, estirarle las piernas, recogerle la melena que le caía por la cara, cubrirla con una manta por encima. Ni se ha inmutado. La noche entera pendiente de nuestra conversación, una navegación fluvial por un cauce que no quería encontrar el mar. Y al final de la noche, la noche no ha podido más y ha caído rendida. Igual que un bebé. Lo que la noche ha contemplado ahora duerme. Cuando despierte, no recordará nada.

martes, 19 de febrero de 2019

Becqueriana / 153



Viven los amantes inscritos en círculos. El día los descubre unidos saliendo del sueño que no se sueña, sino que se vive con vaho de agua caliente y aroma de café. La luz los escinde y los entrega a los redondeles diminutos. El de la o, la pe, el partido de la e y el abierto de la c. Escribirse es su modo de continuar mirándose a los ojos. Viven los amantes construyéndose en esferas. El atardecer los reúne en el aro de la taza de té y en el anillo del abrazo, y el anochecer cierra la circunferencia soñándolos.

viernes, 15 de febrero de 2019

Becqueriana / 152



Tan hermosa es la música que lo es incluso cuando no suena. Pero se la oye. Tal vez porque se lleve dentro. O quizá, no sé, porque el ritmo tenga frecuencias que el oído humano no sepa escuchar. A veces la música es capaz de redimir con su armonía donde nadie la interpreta. Impulsados por ella, saltarines en el silencio, guiados por una cadencia que está en la respiración del mundo. En otras ocasiones se siente la necesidad interior de lo rítmico. Sin un aparato cerca, ni siquiera una radio a pilas, los cuerpos se acercan y la música baila.

martes, 12 de febrero de 2019

Becqueriana / 151



Ordenados, simétricos, artificiosos son los jardines franceses. Los ingleses, desordenados, agrestes, espontáneos. Los portugueses son jardines escondidos entre tomateras y árboles frutales. Los españoles, descuidados. El jardinero fuma sentado a las puertas de la caseta mientras los setos crecen desparejados y las copas se desfiguran porque nadie las ha podado con gracia. Somos coleccionistas de jardines. Nos gustan todos. Los nórdicos abusan de las praderas. Los alemanes subrayan la tristeza de los tilos. Los marroquíes son privados, hay un vigilante en cada puerta. En todos descubrimos un banco solitario donde reencontrarnos con una lejana adolescencia sin cuarto propio, nuestro lugar.

sábado, 9 de febrero de 2019

Becqueriana / 150



Una campanilla colgada en la puerta resuena diciendo adiós al abandonar el Café. Es el último sonido de una tarde en que las palabras han hablado por los codos. En la calle sombría, se han quedado a solas los pasos y el lejano graznido de una gaviota. Por escucharlo, caminamos en silencio. Ya cerca del puente, el río resuella como alguien que durmiera entre los juncos. La mano en el hombro, el brazo por la cintura. Una furgoneta cruza emborronando el instante. Casi ni la oímos, atentos solo a los sonidos que no suenen. A veces, entre farolas, nos detenemos.

martes, 5 de febrero de 2019

Becquieriana / 149



En las cornisas más altas de la cara norte. Dentro de la enredadera que viste por completo la tapia de algún huerto. En las copas de los robles y de las encinas. A veces también en los erguidos pinos. Entre las paredes derruidas de algún viejo molino. Bajo la piedra que cierra un dolmen megalítico. En las azoteas de los edificios, a la sombra de las sábanas tendidas a secarse. En el cuenco de las antenas parabólicas. En el canal de una teja que el viento ha sacado de su lugar dándole la vuelta. Lugares donde los pájaros se aman.

viernes, 1 de febrero de 2019

Becqueriana / 148



Paseamos. La tarde también camina delante de nosotros. Aunque va con el paso más ágil. Como si tuviera prisa por llegar a la oscuridad después de una jornada de luz insegura. Es el invierno, pensamos. Ya despertará a la sensualidad de la luz cuando cambie la estación y se remansará en el paseo y aún continuará mucho después de que nosotros regresemos, cansados, a casa. Se va yendo, la tarde. Hacemos el gesto de querer alcanzarla, pero ya está pasados los árboles, donde el sendero gira. Y aquí nos deja, en un paisaje de sombras propicio a las pausas breves.