jueves, 29 de diciembre de 2016

Bye, bye 2016


Me voy, has dicho y te he mirado con indiferencia. Esperaba algo más de este momento, has añadido sentencioso. Como si una cámara te estuviera grabando. Al fin y al cabo, hemos estado un tiempo juntos. Ni siquiera me has arrancado un trivial gesto de asentimiento. Pero has insistido, acaso plantando unas semillas de rencor: Hay cosas que no te hubieran ocurrido sin mí y que ahora lamentarías no haber hecho. He estado a punto de explotar, pero me he prometido que no replicaría nada. He continuado en silencio. Algo de cariño, o piedad. Eso quería. Y te has ido.

martes, 27 de diciembre de 2016

El cuento de un Cuento Navideño


Al salir de Charing Cross las locomotoras embetunan el rectángulo de cielo que el muchacho contempla a través de la claraboya como única noticia del día, desde la embetunada madrugada hasta la noche embetunada, cuando por fin sale, molido, de la fábrica de betún Warren. No tiene aún los doce años, aunque él lo afirme, y ha de subirse a un taburete para alcanzar la mesa donde encola etiquetas. Taburete que le libra de caminar todo el día con los pies mojados por el agua que el río cuela en el almacén. Le llaman «Charles, enano», él mira y sonríe.

domingo, 25 de diciembre de 2016

25 de diciembre


De la Navidad han quedado en mí recuerdos que nunca he vivido. Copos dulcemente revoloteando en el aire. Árboles blancos, calles blancas, gorros de piel con orejeras. Las películas. Las obligatorias en el canal único, también las que se veían en familia, en silencio para asistir a una conversación ajena, nunca sostenida por ninguno de los presentes, pero escuchada por todos. Como esa nieve que añadía puntitos blancos a la pantalla y nunca apareció tras el cristal, aquellas emociones desmesuradas, aquellas lágrimas en el momento del perdón. Huecos sentimientos que con el tiempo han creado vacíos en las vivencias actuales.

viernes, 23 de diciembre de 2016

s


Tiempo después ya iba solo a la feria. A primera hora, con la pista de los autos de choque vacía, uno de los empleados, enfundado en un mono azul lleno de grasa, seguramente muy joven aunque me pareciera un adulto, nos juntaba a los chavales del barrio para contarnos sus aventuras. Ahora sé que solo era el tópico del marinero que tiene en cada puerto un amor. Algo más explícito, quizá. Escuchábamos en silencio sus explicaciones. Le oía sin tener ni idea de qué hablaba, pero entendiéndolo. Mi yo se adiestraba, ya sin contrariedades, en el gusto por lo ininteligible.

miércoles, 21 de diciembre de 2016

o so


Años después me permitieron subir a los autos de choque. Como no había que elegir mi yo lo agradecía. Solo necesitaba salir corriendo tras el toque de bocina y conseguir un coche sin conductor antes que los demás. No era difícil. Por la tarde, cuando me dejaban montar, no había excesiva concurrencia. Al volver a sonar la sirena, uno apretaba el pedal del acelerador a fondo y… Se diría que la gracia estaba en lograr una buena colisión. Pero a mí lo único que me gustaba era conducir, zigzaguear, sortear coches y rehuir lo que a todos entusiasmaba. Segunda contrariedad.

lunes, 19 de diciembre de 2016

«El sujeto boscoso» / Secuela 2 / Yo soy


Mi yo aprendió a ser mío en el tiovivo de la feria que instalaban cada año en un descampado del barrio. Cuando sonaba la sirena y se detenían, abandonaba la mano de mi madre y corría a elegir dónde ser yo sobre un artilugio del carrusel. Los caballos, que bajan y subían, nunca me interesaron. El camión de bomberos era atractivo, sí, pero demasiado disputado. Escogía siempre una especie de jeep destartalado que, si no iba yo, rodaba vacío, sin ningún chico al volante. Este fue mi primera contrariedad: ¿por qué aquello que prefería no le gustaba a nadie más?

viernes, 16 de diciembre de 2016

Narciso C


Una de sus fantasías secretas preferidas al entrar en la habitación de un hotel —solía trabajar en la sede, un pequeño despacho al fondo, junto a los servicios, lo que le gustaba porque al cabo del día todos los empleados acababan saludándole, y solo le mandaban de viaje a algún simposio profesional cuando el jefe de su jefe o su jefe no podían o el lugar no estaba a la altura, lo que no le importaba demasiado porque adoraba coger aviones y subir a trenes— era no verse reflejado en el espejo al dejar la llave encima de la mesa.

miércoles, 14 de diciembre de 2016

Narciso B


Nunca había estado seguro de que aquella fuera una opción interesante, y menos cuando vio al tipo del concesionario hablarle meneando un palillo en la boca y supo que el taller estaba a varios kilómetros, o que el descuento que anunciaban en el periódico se había quedado enseguida en nada. Tampoco la marca le ofrecía fiabilidad, pero mientras se preguntaba qué hacía en aquel lugar y debatía con su propio error, se vio, sin saber cómo, delante del modelo. Quiero decir, se vio a sí mismo allí, de pie, reflejado en la chapa metalizada. Y no pudo decir que no.

lunes, 12 de diciembre de 2016

«El sujeto boscoso» / Secuela 1 / Narciso A


Ha dejado las gafas de sol sobre una piedra. El móvil, al lado. Se quita la camisa, sudada, y la extiende sobre unos matorrales para que se oree. Al acercarse a la fuente de manera instintiva, con la mano, se ordena el cabello y con índice y pulgar se retira de la comisura de los labios restos de saliva reseca. El camino de ascenso hasta el lugar ha sido arduo. Se arrodilla junto al cauce y donde corría el agua le sorprende una cavidad seca en la que solo hay botellas vacías, bolsas con basura y botes de hojalata descoloridos.

sábado, 10 de diciembre de 2016

«El sujeto boscoso», de Vicente Luis Mora


Junto a los cuadros, en la pared de la Casa Museo, enmarcado en negro con cenefas esculpidas en la madera, un rectángulo de latón, y dentro, el movimiento de sombras de los visitantes, machas que solo se distinguen por el color de una vestimenta o el volumen del cabello. Pieza del siglo XVII, choca con las pinturas que le rodean. Un bodegón donde frutos parecen perder frescura cada día que pasa. Un retrato que no oculta ni un solo atributo del cansancio. Y sin embargo, frente a frente, el latón solo devuelve fisonomías de fantasma. Como se mira la realidad.

jueves, 8 de diciembre de 2016

«El bajísimo», de Christian Bobin


Bajo la maleza se mueve con estrépito de hojas un roedor huidizo cuando el cayado abandona el cuidado del mendicante y queda atrapado entre los matorrales tras un rumor de ramas. La sombra de la encina apacigua. Basta extender la mano para entretenerla con sus frutos. El camino que le ha traído hasta el lugar, lo alejará. Sin nombre, sin que alguien haya incrustado una piedra y luego otra, lo despreciará la memoria. Cuando se levante para continuar, el lugar volverá a ser de nadie. Y sin embargo, con qué suavidad lo tamiza la luz y lo airea la brisa.

martes, 6 de diciembre de 2016

«Trenes». Litoral nº 262


Cuando se inventó el ferrocarril los poetas realistas descubrieron una metáfora para el paso del tiempo. Los días serían las estaciones de un viaje que no admite descansos. Muchas veces, sin embargo, se tiene la sensación de que los días pasan, sí, pero que uno sigue en el andén esperando el tren al que ha de subirse. Que es el tiempo el que transita, como un expreso pasa por las estaciones sin siquiera aminorar la marcha y uno lo ve pasar sentado en el banco junto al inútil equipaje de quien no consigue alzarlo hasta la plataforma de ningún vagón.

sábado, 3 de diciembre de 2016

Therigatha. Edición de Jesús Aguado


Mettika vuelca el cuenco donde penan las limosnas y ya vacío, lo ve lleno. Sama anduvo veinticinco años detrás de sí, igual que una sombra, hasta encontrarse. Uttama medita siete días en posición de loto y al levantarse la jornada había despejado sus brumas. Addhakasi gana con su cuerpo cada noche una moneda menos y empieza a comprender. Sukka se sienta a predicar en las tabernas, llueve sobre las rocas. Soma está convencida de que la verdad no tiene género. Vasitthi duerme en el vertedero angustiada por la pérdida de su hijo. Vijaya cierra los ojos para ver más allá.

jueves, 1 de diciembre de 2016

Biografía de la mirada (& VIII)


Solo con un aumento consigue verlas, mientras caligrafía las letras sobre el cuaderno, pero con el cansancio a veces abandona la lupa a un lado, sobre la mesa, ensanchado grietas y manchas antiguas, y escribe de memoria. Al amparo de la niebla perpetua de su vista. Y cuando han quedado ahí, en el papel, las palabras desaparecen de su cabeza volátil, tan suya como en ocasiones propiedad de un desconocido. Ahí permanecen para quien quiera leerlas, pero no para él, que las repasa, lupa en mano, una y otra vez, sin identificar trazos ni nociones, inútil paleógrafo de sí mismo.