jueves, 31 de diciembre de 2015

Pequeño cuento de Nochevieja


—Bueno, al fin.
—Al fin, qué.
—Ya se acaba.
—Pero si enseguida vuelve a comenzar.
—Pero se habrá acabado.
—Si no da tiempo a pensarlo. Y ya ha empezado.
—Será distinto.
—El número.
—Habrá algo diferente, digo yo.
—El número.
—No solo.
—¿Qué?
—No sé. Algo.
—Qué va. Todo lo que había continúa.
—¿Todo?
—Y, lo peor, todo lo que faltaba seguirá faltando.
—¿Y entonces?
—Un espejismo.
—¿No acaba?
—Solo lo parece.
—Yo creía que al fin había un final.
—Iluso.
—Yo creía que al inicio había un principio.
—Botarate.
—Tampoco es eso.
—Ni lo contrario.
—A mí me parecía.


lunes, 28 de diciembre de 2015

1951

José María Fonollosa se instala La Habana 

Al tratar de desanudarla, la goma que sujeta la maleta se suelta con un chasquido contra las losas, se abre y dos o tres libros ruedan por el suelo. El verde alcoholizado de las paredes se carcajea con el tropiezo, y a la cómoda no le importa ser cojitranca y tuerta para sumarse a la chanza. Lamparones antiguos, en honor de las prisas que impidieron retirarla, bailan sobre la colcha. La tarde es la única excluida en la fiesta. Enmarcada en listones sin barnizar preside el cuarto una lámina con un paisaje de abetos blancos junto a un río helado.

sábado, 26 de diciembre de 2015

1827

José de Espronceda llega a Lisboa 

Como si hubiese crecido el marco pero no la puerta, o rota la antigua la hubieran cambiado por otra menor, podría haber metido una mano por el hueco antes de abrirla. Ese extraño acento en el que los sonidos acaban antes que las letras lo escucha también en el armario con medio espejo, que solo refleja la bolsa si la deja caer, o en la cortina cuyos jirones pasarían por flecos. Y no es la pobreza lo que le habla en los pobres muebles, sino un idioma que no descifra, una luz que no comprende, una soledad ente tantas voces.

jueves, 24 de diciembre de 2015

Pequeño cuento de Nochebuena


—Siempre me ha parecido una tomadura de pelo. 
—¿La navidad? 
—Claro. Verás: ¿cómo es posible que dé a luz todos los años siempre el mismo día? 
—La práctica. 
—Debe de tener el calendario por la mano. 
—A quien no se le ve el pelo es a ti. ¿Qué haces por estos barrios?
—Cada año vengo. 
 —Eso, de año en año. También tienes práctica en aparecer. 
—No, solo vengo a por una carta. 
—¿Aquí? 
—Sí, me la guardan, donde vivía antes. 
—¿Una carta? 
—Un colega de la mili. Me felicita las Pascuas, ¡desde hace cuarenta años! 
 —Y tú, ¿le contestas? 
—Nunca.

martes, 22 de diciembre de 2015

1602

Luis de Góngora se aloja en Cuenca, junto a los pinares del Júcar 

Aljofarada luz la que el ventanuco lanza contra la cal para que ejerza de rosetón sobre el camastro. Se podría perseguir su antigüedad si la paciencia fuera, además de una virtud, un consuelo. En la esquina, una jofaina agrietada musita oraciones contra la pared. Una mesa mal desbastada acoge con holgura el saco que deja encima por no confiar en la camaradería del enladrillado. El murmullo de las aguas llega tan cansado como sus huesos desde el fondo del barranco. La pajarería le añade las consonantes. Se sienta sobre la manta y al apoyar la mano no recuerda mayor tosquedad.

sábado, 19 de diciembre de 2015

1901

Juan Ramón Jiménez ingresa en el sanatorio de Castel d'Andorte 

La puerta del balcón traza con la luz de la tarde una figura geométrica en el extremo del cuarto y le dibuja una falda de claridad al armario de madera oscura, enfrente. Paredes blancas, un escritorio vacío, la silla recogida. Un cuadro que refleja en el cristal la cama. La cama, estrecha. Embutida en ambos costados por una manta color arena que la hace aún más pequeña. Una bombilla en el techo. Una lámpara sobre la mesita. El sonido a golpe hueco en la tarima al dejar caer la bolsa. Un crujido para cada paso cuando se acerca al balcón.

jueves, 17 de diciembre de 2015

«Noireclaire», de Christian Bobin


Una elegía que cumple con Noireclaire veinte años. Hecha jirones. Y de cada descosido de aquella densidad, una hebra de palabras. Apenas nada. Casi sin el rastro de quien camina sobre la nieve con las suelas limpias. Sobre la página, el eco de un dolor que se ha acomodado en el hueco de los ojos. El silencio que crea en torno a sí un verso. Acaso poesía, al fin, los remiendos, pacientes, sobre el antiguo paño. La caja de latón que conserva las agujas, el hilo y el dedal como única herencia del tiempo. De quien solo guarda la escritura.

martes, 15 de diciembre de 2015

«Las guerrilleras», de Monique Wittig


Escribir es adentrarse en una tradición. En la corriente que uno elige cuando sueña lo escrito. Algunos precedentes, sin embargo, se escogen a posteriori. En una librería de viejo encuentro este libro de Monique Wittig (traducido en 1971 por Josep Elias y Juan Viñoly sic). En la composición en fragmentos del libro, de la misma brevedad e intención que siempre he deseado para lo que escriba, descubro ahora lo que he aprendido en sus páginas sin haberlas leído. Y me enseña también que una tradición nunca es temática, siempre es estilística. Esa utópica mitología femenina me ilumina desde la escritura.

sábado, 12 de diciembre de 2015

«Un año en la otra vida», de José Mateos (tríptico)


Cada vez es menos inadecuado el adjetivo «póstumo» para calificar la obra de un autor vivo. José Mateos (1967) lo sugiere desde el propio título. Cada vez es más frecuente que un autor escriba después de la muerte de las ideas que le convirtieron en escritor. O en el escritor que un día fue. Y, de hecho, cada vez será más difícil que aquel autor que aliente mantener viva una obra literaria durante décadas no deba enfrentarse a la decadencia y agonía de las ideas que le despertaron las ganas de decir lo que creía que no se había dicho.

Un año en la otra vida se presenta como un diario. O mejor, tiene su forma, aunque no lo sea. Podría considerarse una novela. O quizá un ensayo. Porque un diario en el que se ausenta la vida de quien lo escribe deja de serlo. Pese a que no del todo, pues del diario queda un imperceptible latido. Como un selfy en el que el autor se aparte en el último momento para permitir ver lo que hay detrás tampoco es una foto de paisaje. Espejo al que alguien se enfrenta solo para ver lo que hay a su espalda.

El hilo que ensarta las jornadas de este dietario entrelaza tres hebras: la elegía y el duelo por el fallecimiento de una amiga, novia de juventud; tres membrillos que, a modo de naturaleza muerta barroca, van connotando el paso del tiempo, y una serie de encuentros póstumos, esta vez sí, con amigos y conocidos que un día fallecieron y que regresan para contarle al autor lo paradójico de un estado que ni siquiera desde la muerte se puede comprender. Cada entrada diaria, sin embargo, suele tratar un asunto y sobre él la lucidez de José Mateos se despliega provocando asombros.  

jueves, 10 de diciembre de 2015

«Ensayo sobre el lugar silencioso», de Peter Handke (díptico)


Es difícil encontrar otro escritor capaz de redactar cien páginas sobre los váteres de su vida donde haya una única frase irónica. En la página 50, como mojón medianero, quizá. Ironía que ni siquiera hace gracia, desafortunada incluso. Esta sensatez, sin embargo, no aparece a la hora de titular el libro. No es un «ensayo»: ¿será su segunda ironía? Prosa memorialista, sí, de interés. Y tampoco su «naturaleza es fragmentaria» como afirma en la página 48. Aunque separe los párrafos y los inicie con versalitas, todo el texto sigue un único curso, cohesionado y coherente. Sin teselas, un solo trazado.

Conocemos los lugares nombrables de quienes hacen memoria. Raramente los innombrables. Sí los compartidos o sociales (tugurios, burdeles o playas solitarias), pero no es frecuente descender de ahí hacia los lugares subjetivos intrascendentes. Donde nada ocurre. Nada decible. Lugares efímeros que poseen, sin embargo, una densidad que el tiempo (ajetreado e indeciso entre pasado y futuro) desconoce: son presente en un presente. Y quizá solo por eso se incorporan, sin que haya razón alguna para revivirlos, al recuerdo. Intransferibles, por endebles e inanes. Estos son los espacios que Hanke revela: su geografía secreta (y seria) de «retretes» y «lugares retirados». 

martes, 8 de diciembre de 2015

«Como um hiato na respiração», de João Barrento


Este «Diario del día siguiente» es el libro de los saberes y de los deseos convocados para cuando ya no exista día. Celebración a la que por primera vez no se va a poder asistir, sin que ni siquiera sea necesario excusarse.  Y sin embargo, imaginado, ese día venidero, acompañado por el pensamiento que deja una señal por donde pasa, iluminado por las luces que han brillado en el instante antes de apagarse, ese día —el de la muerte libre, como escribe João Barrento (1940)— le proporciona al tiempo la hondura de la que carece, la vida que le falta. 

sábado, 5 de diciembre de 2015

Dietario de sensaciones, 5


La brisa de poniente baila melodías románticas con la ropa que hay tendida a secar. Abraza los vestidos por la cintura, aletea en el dobladillo de las faldas, acaricia la seda de las blusas, se enamora de los colores de las camisetas. Da vueltas alrededor de los pantalones variando la tonada para que sus perneras se agiten al ritmo casi frenético de la modernidad. Arranca un tango con el jersey de cuello alto que bocabajo parece el rey de la indolencia. La brisa no se pierde nunca un baile antes de que las sombras clausuren la fiesta. Tampoco las sábanas.

jueves, 3 de diciembre de 2015

Dietario de sensaciones, 4


Cada hogaza, cada rosca, cada torta son piezas únicas. Por similares que parezcan bien ordenadas en la panadería, jamás hay dos iguales. Amasadas por unas manos hábiles, pero no mecánicas, atravesadas cada día por un pensamiento. Horneadas por un fuego que cada noche se inventa su manera de arder. Enfriadas por una temperatura diferente. Cada pan es la concentración del tiempo en un instante. Y cada instante es una creación del vivir. Cada pieza luce las formas y las características de un presente. También su sabor varía en cada barra, se vive de manera distinta en cada beso, digo, bocado.

martes, 1 de diciembre de 2015

Dietario de sensaciones, 3


La niebla reescribe la realidad con sus fantasías. Borra el horizonte, oculta la torre de la iglesia, diluye las copas de los árboles entre las nubes bajas, matiza los colores, permite que las hojas lloren con desconsuelo, deja a la hierba recién salida de la ducha, ciega los cristales de las ventanas y a quienes los miran, juega al escondite con las señales de tráfico, oscurece la arena del parque, alimenta los charcos, rejuvenece el cutis de las losas, da de beber a los pájaros, adorna con destellos acharolados las fachadas, crea enigmas. Nada se parece a como era ayer.