viernes, 28 de agosto de 2009

Revisión de agosto

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Foto GCC
Como si la inmortalidad fuera conocida con el apodo de agosto quería que llegara ese mes, de niño, porque todo lo detenían sus días tórridos, sus playas hieráticas. No había médicos en verano, ni noticias, ni se sentía que pudiera ocurrir nada. El plazo sin tiempo. Las ideas infantiles siempre se quedan abandonadas en la cabeza como capillas ahumadas y polvorientas en iglesia de pocos fieles. Pero de las fuentes de agosto mana el mismo río. Mi amigo Elías lo dice en dos versos del poema «Visión de agosto»:
porta el aire un sabor a agua
remota, como de noviembre.

martes, 25 de agosto de 2009

«Conté las letras. Había exactamente cien. Pensé que eso debía ser importante», Sylvia Plath en «La campana de cristal»

Tras las campanadas de las cuatro se despierta con frío y entorna la ventana que había dejado de par en par. A las siete se levanta para cerrarla. El cristal acalla el griterío ansioso de los pájaros. Dos goterones de pintura manchan el esmalte del marco. A veces anquilosan la intensidad de lo vivido y otras consiguen que renazca. Las formas todo lo trastornan con su anhelo de sentido. Son la niña que se asoma a la alacena en busca del tarro de compota, pero se asusta porque no ve a nadie. Si al menos hubiera un fantasma, entraría acompañada.

lunes, 10 de agosto de 2009

De sueños y generaciones

Jesús Aguado y su generación. Pensilavania, octubre de 2006. Foto JAC
En un libro de relatos de Jesús Aguado que leo en sueños encuentro uno —«Cuento, este sí, para los verdaderos destinatarios de los cuentos»— donde me conmueve una frase que llena de fulgor mi duermevela: «El alcohol de los colores que no sabe a borrachera». Nada más despertar pienso: escribiré una pastilla de texto con esta frase. Pero el recuerdo del sueño me lo impide, en él la había escrito Jesús Aguado. Zafer Şenocak, turcoalmán de 1961, escribe: «Sólo puedo escribir una historia si sé que la historia me pertenece solamente a mí». Exactamente: el delirio platónico de nuestra generación.

sábado, 8 de agosto de 2009

Jarque. Una elegía

Foto GCC
Algunas tardes de invierno que creía idas para siempre por el sumidero del tiempo han regresado hoy para quedarse con la tenacidad de los símbolos. Tardes en las que el equipo deambulaba desorientado, entonces los ojos se desviaban hacia su figura erguida, tanto que a veces chocaba la flexibilidad con la que sorprendía al adversario, y hacia el modo cómo trazaba las líneas con magnetismo, con armonía. El fútbol no es más que un simulacro de la vida: en espera siempre del instante que detendrá el asedio. Pero en el juego hay domingo siguiente. En la vida, memoria y mito.

Flauta con acompañamiento de ventalles y ventilador en la iglesia de Palau

Flautín renacentista, pícaro, brinca entre abanicos que repican y aspas que zumban. Lo miran los fieles hieráticos, pero la música no se ve. La ve sólo el niño que ha entrado con una salamanquesa recién nacida que acaba de capturar con un bote que guarda en el bolsillo. Deja que asome lo justo para contemplar su piel transparente, de ángel. La ve la niña que molesta a los ensimismados porque los mira y pregunta en voz alta. Flauta barroca, Bach, Telemann, alfombras tendidas para pies calzados. No se ve la música, pero miran cómo forma volutas que no se deslizan.

lunes, 3 de agosto de 2009

¿La crisis?

Se sienta en el escalón, bajo el porche de un café. El atadillo de paraguas lo deja apoyado cuidadosamente contra una columna. Ha de retirar las piernas para que aparque una camioneta cuyo conductor no quiere andar demasiado hasta la barra. En el pañuelo donde guarda las monedas cuenta el resultado de las dos ventas tras una mañana de caminar el barro de las calles de Duala. Victorine sabe que la jornada no le da para un refresco. Lo dibuja con un dedo sobre la arena y su imaginación se lo bebe. Luego, al levantarse se golpea con el parachoques.

sábado, 1 de agosto de 2009

Filosofía de andar por el verano

Llego a la estación a las 13:05. Compruebo que sale un tren a las 13 y otro a las 15 horas. Creo que el tren más próximo es el de las 13 y se me atraviesa un pensamiento: «Si hubiera llegado cinco minutos... Si el autobús... Si el vecino... Si el bocadillo...». Cuando veo que no consigo salir de esta lógica angustiosa, lo pienso mejor: de las 13:05, sin duda alguna, el tren más próximo es el de las 15. Una hora y 55 minutos es una minucia al lado del abismo insalvable que me separa de las 13 horas.