lunes, 23 de julio de 2012

Intemperie / 2



La comunicación se multiplica. Exponencialmente. La comunicación es el existir, dicen. La existencia se verifica comunicándola. De hecho, como siempre. Las variantes son las mismas: la velocidad y el medio. No varían las variantes, sino sus dimensiones. La velocidad se multiplica —es un decir—, los canales también. Luego, la existencia se multiplica. Regla obvia para aumentar la velocidad: disminuir el peso. Para los nuevos soportes: disminuir el volumen. Algo que ya inventó el cartucho de dinamita: la misma roca llega más lejos, más pequeñita. La comunicación detona la existencia para que pueda ser comunicada. Eso lo dirás tú, dicen.

jueves, 19 de julio de 2012

Intemperie / 1


El ser es su visibilidad, dicen. No importa, sin embargo, la condición de quien mira. Mirar para otorgar ser es catapultado a una dimensión exclusivamente estadística. Cuanto más visible sea el ser, más carismático; literalmente: más grato a la comunidad. Lo que se pretende. Más visible, más agradable. Dicen. Me preocupan ahora varias cosas al respecto: la opción de ser de lo invisible, la opción de exigencia a quien mire, la opción del desagrado en sí misma, la opción de carecer de comunidad. También que, desaparecido el mediador, el carisma sea un filtro aún mayor. ¿Por qué preocuparte?, me preguntan.

lunes, 16 de julio de 2012

11 de enero de 1930


Los copos han revoloteando por el cielo de agua, su incierto vuelo y sus destellos han encantado los días, encendido las noches. Sin las manos que la agitan, las blancas ilusiones van posándose en el suelo de la bola de vidrio. A la vista quedan las humedades del cuarto alquilado, los martillazos ante la ventana del despacho que da a las traseras, los adoquines mal ajustados que encharcan los zapatos las tardes de lluvia. Por más que trate de removerla, no volverá a nevar en la libreta cuyas páginas arrancaba para escribirle. Dos palabras —hasta pronto— mienten sobre su negrura.

jueves, 12 de julio de 2012

1514


Hierática, la garza observa el temblor de las aguas mientras paciente espera que caracoleen en el remanso de la orilla. Un aroma a espliego, cuyas flores aún cuidan gotitas de rocío, se esparce en compañía de una luz a la que el caño de la fuente ha borrado todos los oscuros.  El Tajo, silente, a lo suyo. ¿Tú eres el benjamín de los Lasso, quia? La pregunta de la mujer desconocida le retrasa del grupo de pillos. Azorado, busca una respuesta al tiempo que los suyos se agazapan. La piedra, certera, astilla la mañana con el estremecedor graznido del ave.

miércoles, 11 de julio de 2012

«El Premio Herralde de Novela», de Jordi Bonells


En cada una de sus novelas memorialistas Jordi Bonells vuelve a contar la misma vida que ya había contado (obviamente), pero con un propósito distinto. En este caso la idea que anima esta postrera autobiografía es convertirla en paradigma de los escritores que, por razones propias, no consiguieron ser considerados escritores: Rimbaud, Walser, Kafka, Pessoa… Bonells, su heredero, desentraña en su experiencia la paradoja de quien al mismo tiempo que quiere ser escritor hace todo lo posible por no serlo. Con el mismo empeño busca editar y que no le editen, o que ocurra como si no hubiera editado nunca.

martes, 3 de julio de 2012

1774


El viento helado descubre grietas entre los sillares, atraviesa rudas puertas de roble y traza deformes flores azules sobre los tapices que cubren los muros. El fuego que crepita en la chimenea apenas consigue defender su aureola dorada. Por los corredores resuena el caminar nervioso de los criados, sus voces, sus quehaceres casi desesperados. La baronesa le reza a un dios humilde y cercano, el que le pidió a su primer hijo para el coro de ángeles. En la cuna llora Georg Friedrich Philipp. Paños empapados en agua limpian un cuerpo que arde y acaso ya anhele convertirse en resplandor.

domingo, 1 de julio de 2012

Corazonada

Joan Llimona. Noia estirant-se (1916)
 
La desaparición de temas y motivos religiosos a veces no desacraliza la pintura. Lo que la pintura muestra también puede comprenderse como una imagen de lo sagrado. La muchacha que se vuelve de espaldas al pintor y se estira con solitaria desinhibición, la cesta de la comida en el suelo y la barca aún amarrada puede ser leído como signos que caligrafían la trascendencia. El viento que zarandea la falda de la joven, el paño blanco que preserva los alimentos. La salvación —la plenitud— no está en los acontecimientos,  en su solemnidad, sino en el presentimiento, en su aparente vacuidad.