miércoles, 30 de diciembre de 2009

Bye bye 2.9

Niles Spencer (1893-1952) La buhardilla, 1927
Cuando me levante pasado mañana por la mañana, me desperece y salga al camino del 2010, este año será —como todos— un montoncito de cenizas que humea. Si me entretuviera en dar una patada al polvo y tratar de adivinar lo que ardió en las ascuas aún incandescentes, vería en el rescoldo vestigios de aquellos muebles nobles largamente anhelados: un año sin horarios, una novela en tapa dura. De hecho, no todo arde con el tiempo: la humilde cerámica de lo escrito, el metal denso del amor permanecen, pero maderas y anhelos se calcinan con sus molduras de ebanista engatusador.

domingo, 27 de diciembre de 2009

Lectoras

Reginald Marsh (1898-1954)
Los Marsh, ambos pintores, vivían en París sobre un Café cuando nació Reginald. Y aunque enseguida se fueran a América, los griegos sabían que los signos irradian desde el nacimiento: la mirada de sus cuadros se intuye casi siempre sentada en la butaca de un Café con el asa de la taza sujeta por dos dedos. Marsh pintó neoyorquinas —a un lado y otro de la cristalera—: madamas fatales muy vestidas y con paso firme por la calle, o la inocencia desnuda entre trajeado hieratismo. Y pintó, sobre todo, lectoras —en el metro, de pie—; diosas sobre sí mismas.

viernes, 25 de diciembre de 2009

Lectores





Leída en estos tiempos, La canción de amor y de muerte, que uno había considerado una obra menor, justificada sólo porque le proporcionó la mayor parte de los ingresos por derechos de autor a Rilke, cobra un nuevo significado. Quienes agotaban y ensalzaron esta prosa agridulce durante décadas nada quisieron saber, posiblemente, de la obra mayor del poeta. Era la sombra que oscurecía esta delicada pieza: un título para otros lectores. Hoy lo que me asombra es exactamente lo contrario: qué altura y qué sensibilidad la del público mayoritario de entonces, emocionándose con este Rilke, literatura purísima. Y qué envidia.

miércoles, 23 de diciembre de 2009

El abracadabra calvo (díptico sin numeración)

El ilusionista se quita el sombrero de copa, lo enseña, nada por aquí, lo cubre con un paño. La varita lo acaricia y cuando retira el trapo no se ve salir un conejo. Ni una paloma. Si le da la vuelta al sombrero apenas resbalan hacia el suelo unas motitas blancas: «Caspa» —dice el mago de la cabeza afeitada—. Y, como nadie comenta nada, no le queda más remedio que continuar: «Antes se sentaba por ahí quien después descubría dónde está el truco, pero últimamente su butaca siempre está vacía, así que tendré que ser yo quien os lo cuente»:

Esta prosa, que escribo con cierta frecuencia y reparto en mínimos moldes de papel antes de meterla en el horno para que salga no un pastel, sino una bandeja de magdalenas, busca la proximidad con la experiencia en las antípodas del costumbrismo y, sobre todo, del periodismo. En el polo opuesto de la actualidad y de la sociología. Cada vez que abro la libreta pluma en mano recito: no hablaré de nada que se hable en los periódicos ni en la solapilla de las novelas contemporáneas. Sólo hablaré de la caspa que se desprende de mi comprensión alopécica del vivir.

lunes, 21 de diciembre de 2009

«El otro mundo», de Hilario J. Rodríguez, en Ediciones del Viento

Una temporada en Nueva York. O en Hinojal, Cáceres. O en la cocina de un restaurante londinense. El lugar donde ocurre la vida que se puede contar es la memoria: es el juego o paradoja de esta novela, que no se pudo escribir en Nueva York —este es, de hecho, su argumento—, pero que se escribió, acaso en Zaragoza. El lugar donde ocurre la vida es también un apartamento en Brooklyn: su línea telefónica, su casera, las toses de los vecinos. El cruce entre memoria y cotidianidad fragmenta y disloca conciencia —bolitas de mercurio del termómetro roto— y escritura.

sábado, 19 de diciembre de 2009

Un café, un libro, un euro

Viejo desmemoriado, el Libro juega al mus en la sala ambarina de un Café. Nadie diría, ante su aspecto enfermizo, que vivió una guerra en las trincheras; ante su barba descuida pocos creerán que conoció los nadires insospechados del amor. Pelo cano, camisa raída, gafas con los cristales sucios, el Libro mueve la mano ligeramente temblorosa para enseñar una carta a la que ningún otro jugador le da la mínima importancia. Como hacen los demás clientes, el Libro mira atentamente la máquina tragaperras —luces, sonidos y vacío que entretiene— mientras la taza de café muestra su porcelana sucia al bostezar.

jueves, 17 de diciembre de 2009

Biografías en venta

La aparición de un nombre entre la disparatada antología de objetos que reúne cada vendedor en su puesto de los Encantes despierta la elegía que duerme en ellos escondida. Dos placas de plata falsa —el óxido se las come— agradecen los servicios de don Bernabé Gómez Montero en el colegio Menéndez Pelayo del Prat. Con fecha de 1980. (En Internet, la memoria del futuro, aparece una sola entrada: el traslado a Barcelona en 1960). Empezaba a presentir su elegía cuando de repente me he preguntado quién comprará por pocos euros estas placas y las colgará —ave fénix— en su comedor.

martes, 15 de diciembre de 2009

«De lo observado»

Foto Andrés Ferrer
Fernando: Andrés Ferrer me ha parecido —en De lo observado— un fotógrafo magnífico, sobre todo porque sabe hacer las fotos que a mí me gustaría tirar y que nunca consigo encuadrar con mi cámara infantil de dos megapíxels. Si fuera fotógrafo —pienso— haría instantáneas como Andrés Ferrer: habitaciones reventadas por la humedad, techos hundidos, fábricas abandonadas, carteles herrumbrosos, tipos paseando bajo el paraguas en una ciudad a punto de desaparecer, una moto aparcada frente a un palacio, un baile de carnaval de estatuaria romana, los caballos amontonados antes de montar los caballitos... Allí donde peligra el realismo de la realidad.


sábado, 12 de diciembre de 2009

Nunca

Igual que ocurre con los verbos, la palabra «nunca» conjuga tiempo. Su forma de presente señala la rabieta de quien rasga la baraja porque no le ha tocado el comodín ausente en la mano. Es un uso trivial e imberbe. Como tiempo de futuro, nunca enmascara la creencia vergonzante en epifanías y revelaciones. Es el uso más extendido y también corrompido. Acaso su proliferación haya contribuido a su podredumbre: no decir lo que se piensa es quizá ni siquiera pensarlo. A mí me gusta nunca como tiempo de pasado. Agridulce sensación: nunca volverá aquel paseo; nunca volveré a Santa Perpetua.

jueves, 10 de diciembre de 2009

En el fondo

Ediciones Generales, Barcelona, 1956. 35 ptas.
Los libros recientes por el suelo del mercadillo provocan indiferencia. La indiferencia es ibupofreno para el vértigo de quien escribe hoy día. El libro inesperado, rescatado del montón de olvidos, produce sin embargo una súbita euforia. Me llama la palabra ciudad desde el título y enseguida descubro con sorpresa a su autor. Ahí, en pie, aún sin pagarlo, leo la solapilla y me deslumbro: «En el fondo, la especialidad de Lorenzo Gomis es contemplar el mundo en que vive. Y, como su oficio es escribir... procura decir lo que ve, piensa o imagina». Nada más actual para definir un blog.

martes, 8 de diciembre de 2009

Mamá, quiero ser actriz, como Trini Alonso

O como Sonsoles Benedicto. O como Gloria Cámara. O como Lourdes Ceyba. O como Pilar Clemens. O como Irán Eory. O como Rosa Fontana. O como Esperanza Grases. O como Diana Lorys. O como Cristina Maestre. O como María Mahor. O como María Martín. O como Maribel Martín. O como Mikaela. O como Asunción Molero. O como Conchita Núñez. O como Lisia Paradis. O como Lucía Prado. O como Emilia Rubio. O como Yelena Samarina. O como Lolita Sevilla. O como Elena María Tejeiro. O como Paloma Valdés. Quiero ser famosa. (Cineguía. Directorio del cine español. Madrid, 1966. 150 pesetas).

sábado, 5 de diciembre de 2009

Seriaciones

En un bar cualquiera, pequeño y estrecho, de esquina, veo a través de la cristalera cuatro cruasanes en fila, en cuatro mesas y con cuatro tipos delante. La estampa parece significar algo. En la acera voy caminando con la única compañía de los reflejos del primer sol como legañas en los edificios. Han abierto las peluquerías, pero sus espejos no tienen trabajo. Vuelvo a mirar hacia el bar. Cuatro hombres, uno en cada mesa, en fila, frente a una taza y un sembrado de migajas. Siempre he sentido devoción por el minimalismo, esa suerte de ornamento barroco a la inversa.

jueves, 3 de diciembre de 2009

Poética cuántica de la relatividad

Entre retales encuentro la primera edición de Entre visillos. La abro: «19-3-1958. A mi querido padre con todo el cariño y la ilusión en que le guste este modestísimo regalo... Su hijo Pedro». Modesta es la dedicatoria, sí, y su final en los Encantes; no el libro. Sigo mirando el lote. Volúmenes de química —padre o hijo debieron estudiarla—. Qué poco se molestan los químicos en buscarle título a sus publicaciones. Me llama la atención uno: Teoría cuántica de la relatividad. Lo ojeo. Busco traducir poéticamente una de sus intrincadas fórmulas: «Te quise poco, pero tú me quisiste menos».

martes, 1 de diciembre de 2009

Naranjas con miel

Calle Sant Pere més Baix
El hijo del paisajista carga con los espráis de pintura en dos bolsas de plástico. Al caminar, con el balanceo, chocan los botes entre sí y contra las esquinas; su cantinela metálica le acompaña por las callejas del barrio. Tiene una puerta que pintar. Lleva tres noches soñando con su superficie; primero en blanco y negro, luego fueron apareciendo colores. Si supiera cuáles no tendría que acarrear con tantos. Cuando llega, suelta las bolsas y los espráis saltan por el adoquinado. Hermosa puerta. Volcará su saber en ella. Como quien escribe en un blog, se lo regalará a la intemperie.