sábado, 12 de julio de 2008

Passer domesticus

Foto de Luna Miguel
Atléticos, los gorriones —humildes habitantes del cielo de la ciudad—dibujan rayotes sobre el vacío de la hora. Pían, y su piar desacompasado ocupa el hueco que dejan los esporádicos vehículos que circulan. Carecen de prestigio estos pajarillos feos, desconfiados, tristes. Camino por las aceras que el verano aletarga, busco el cielo entre los edificios por adivinar en sus posos las señales del día y los descubro a ellos, trazando diagonales entre azoteas con tanta indiferencia. Me digo: merecerían un buen poeta. De hecho, los dos lo mereceríamos. Los gorriones en busca de almas y yo a por el pan.

viernes, 11 de julio de 2008

Bucintoro



Sedentario sin que quede otro remedio, tampoco sé soñar con el viajero que no he sido nunca. Como quien sube a un tranvía, atiende a su osco idioma de herrajes en movimiento y cree comprenderlo, así he descubierto el placer del nómada al entrar por segunda vez en el hotel donde estuve alojado hace quince años. Lejos del hastío de lo repetido y nada que ver con la incomprensión de lo desconocido, los espacios vagamente familiares reconfortan durante el desplazamiento. El hecho de saber por dónde baja la escalera proporciona una sensación placentera. Aunque haya cambiado la decoración, no importa.

jueves, 10 de julio de 2008

«Pais de sombras ríos», de Johannes Bobrowski, en Linteo

Foto de Roger Melis
El poeta alemán Johannes Bobrowski (1917-1965) vivió en los años cuarenta la guerra como soldado y prisionero en la URSS, y al final de su vida escribió libros como País de sombras ríos (1962) donde aparecen los paisajes espectrales —con frecuencia anota la fecha en el título— de aquella época: aldeas abandonadas, bosques invernales, viejos ríos, llanuras bajo la nieve y días en los que el viento dicta los versos. Lo descrito cobra vida y voz en sus descripciones de una naturaleza desdichada y de un mundo rural desolado: «Vamos / a esparcir paja. A recoger / el silencio bajo el tejado».

miércoles, 9 de julio de 2008

Ugarit

Esta tarde, dando un paseo, he descubierto en Gracia un restaurante sirio llamado Ugarit. En la ciudad de Ugarit, mil quinientos años antes de nuestra era, adaptaron los signos cuneiformes para crear un auténtico alfabeto, acaso anterior al fenicio. Con él escribían en arameo a los egipcios. El orden que impusieron a los sonidos y el nombre de algunos signos han llegado intactos hasta el abecedario que ahora uso. Cuando en 1928 descubrieron las ruinas de la ciudad apareció una biblioteca con miles de tablillas. Nunca he ido a cenar al Ugarit; lo que escribo tampoco lo guarda la arcilla.

martes, 8 de julio de 2008

Después, 2



Mientras resuena el timbre en el aparato recorro mentalmente el piso vacío donde se esparce en aquel momento el sonido. Es un lugar más mío que el mío al que no volveré nunca más. Cómo cambian las cosas en unas semanas. Arriba, abajo, la vida es una montaña rusa despiadada. ¿Dónde encontrar un instante de sosiego, una rama a la que asirse para que la corriente no me arrastre, un sentido a este pasar los días sin sentido? Cuelgo. Mi amado ha muerto. Ha muerto con su hijo. Los dos habéis muerto, quien fue mi amado y mi hijo desconocido.

domingo, 6 de julio de 2008

Venecia

Tan trivial por los colores desajustados de los turistas, todo para sacarles la calderilla del bolsillo y seguir mimando la antigua fortuna de la ciudad. Y, sin embargo, una esquina más allá: un puente, un canal, el viejo palacio, el callejón sin nadie y el silencio, tan denso, tan de verdad. Los movimientos caóticos de los visitantes cuyas lenguas en ningún momento oscurecen el dialecto recio, laberíntico, de los venecianos, que se impone en cualquier calle. Tantos tópicos como prodigios. El vaporetto recorre la laguna y entre la neblina una línea muy tenue escribe en la lejanía un nombre: Venecia.

martes, 1 de julio de 2008

Después

Dejo la maleta en el vestíbulo y recorro mi casa como animal que reconoce su territorio, pero los objetos y su disposición me resultan ajenos. Recuerdos de ciudades distribuidos en los estantes, papeles sobre la mesa del estudio, libros por leer apilados, folletos con información de la bicicleta que llevo meses queriéndome comprar. Mis ojos tienen la impresión de ser los de una intrusa que husmea. Antes del viaje, aquellos objetos sumados daban como producto mi persona. Ahora carecen de valor para mí. He de empezar de nuevo a darle significado a todo esto. A descubrirme en cuanto he perdido.