lunes, 30 de octubre de 2017

2007 - «La visita y otros libros»



Las paredes blancas, la tarde añil. La respiración de la piedra en el gorjeo de los pájaros. Sor Juana Inés sube las escaleras hacia la celda y el manteo suena con los acentos de un endecasílabo petrarquista. Ana los cuenta en voz baja: De la beldad-ad de La-laura ena-na-mora-ra-dos. Los cielos se abren como una inmensa A, principio y final. Ensimismada, la muchacha sigue el reflejo blanco de la monja por el corredor alto. Columna tras columna. Bajo un arco de medio punto desaparece. La voz de su madre desconcierta el cristal del tiempo: Ana, entregada la aportación. Nos vamos.

sábado, 28 de octubre de 2017

2006 - «Parménides»



«No lo entiendo, —se queja César, las botas de fútbol al hombro, meneándose los cordeles con los gestos de la protesta— si yo compro una botella de agua y una magdalena de chocolate por qué he de pagar esa barbaridad». «Es la parte alícuota del total de las ventas realizadas durante la semana, —le responde con didáctica confuciana el chino Parménides, dueño del colmado que hay junto al campo de deportes de Coronel Pringles— no existen clientes, sino El Cliente; no hay compras, sino La Compra». «Pues ahí se queda la botella y el bollo, me largo al de Heráclito».

jueves, 26 de octubre de 2017

Dietario de sensaciones, 36



Dormida aún en sus dobleces descubro la chaqueta en el fondo del armario. Se estira, cuando la despliego, un poco incrédula de que las haya despertado de su letargo, pero se aviene enseguida a cubrir los brazos de la súbita caída de las temperaturas. Qué recuerdos afloran con la chaqueta: los días en que saludaba el ir olvidando prendas en casa a la hora de salir. Ahora agradezco el frescor del día que la ventana cuela como aviso de que una camisa no va a ser suficiente. Contenta de abrigarme y yo de que me abrigue, partimos hacia el otoño.

lunes, 23 de octubre de 2017

2005 - «Soliloquio para dos»



Ni la profusión de la lluvia chorreando en las cristaleras lograba ser más rápida colocando gotas en el cuadrilátero que Walt Whitman insertando tipos en la forma. Hubo quien se había jugado el jornal por incrédulo. Bastaba que llegara desde la puerta su voz a la sala sucia, húmeda, de la imprenta para que los empleados se irguieran de golpe temiendo ya la avalancha de pliegos por calzar bajo el tórculo. No quiero aprendices, le gruñó de espaldas a Eduardo, mozalbete grandullón aficionado a las cajas tipográficas, pero se dio la vuelta y se sorprendió a sí mismo pidiéndose trabajo.

sábado, 21 de octubre de 2017

2004 - «Paradoja del interventor»



—Billetes, por favor… ¿Me muestra el suyo, joven?
—Me llamo Gonzalo.
—Me parece perfecto. ¿Y su bono?
—Antes deberíamos presentarnos.
—El interventor, un placer. ¿Y ahora, su boleto?
—Ah, ya lo veo en su placa: Bernhard T. ¿Qué es T.?
—¿Título de Transporte, tal vez?
—Lo dudo, nadie se llama así.
—Tampoco nadie viaja sin billete en mi tren.
—Bueno… Claro… Verá…
—Veo.
—El caso es que no quería ir a ninguna parte, pero tampoco quería quedarme en cualquier sitio. No sabían qué billete venderme.
—Ya.
—Solo me sienta bien ir de un lado al otro, en su tren, Thomas.

jueves, 19 de octubre de 2017

2003 - «Mirar la Nada, ver a Dios»



Ah, la mañana en la que Rui entra en el autobús, ve un asiento libre junto a la ventanilla y va a sentarse. Ah, de la parada en la que sube un muchacho con camisa y pantalones de lino blanco y la pierna vendada. Tan joven y con tan agotado gesto. Ah, del instante en el que Rui le ve renquear entre asientos ocupados y al instante le cede el suyo, donde ha estado contemplando la nada. Por favor. Arthur Rimbaud le saluda con toda la claridad que atesora su mirada. Y agradece heredar lo que había dejado en herencia.

lunes, 16 de octubre de 2017

2002 - «Ciego Montero, ¿dónde te metes?»



No habla con nadie. Se sienta solo en un banco y deja que los tilos, desde su abulia, le contemplen. Dicen que es jubilado de los ferrocarriles. De la línea del Norte. Pero no sé si es cierto. Samuel, dicen también que se llama, Samuel Beckett. Quién sabe. Nadie lo trataba hasta que apareció por los columpios aquella niña pizpireta. Isabel, su nombre. Subía, bajaba por el tobogán sin descanso. Fue necesario que se acercara, le arrebatase la mano y se fueran los dos a pasear por el sendero de las petunias para que supiéramos que el viejo sabía sonreír.

jueves, 12 de octubre de 2017

Coro de ausentes | JILGUERO


De las palabras que ha sembrado
la escritura en macetas
nacen días o noches,
un tiempo tan fugaz y evanescente
como las frases que germinan son
difíciles de concretar.
Un sin tiempo, mejor,
y un sin significado que se unen
para trenzar antiguas
umbrías en lo que una fuente escribe.
Un no tiempo y un no lenguaje.
Un sentido que solo reconozca
acaso quien lo vio nacer.
O que ese nacimiento sea
su único sentido. Una manera
de comprender la vida en el vivir.
Una forma de estar aquí,
a solas, pero junto a los demás.
Cerca y más lejos.

martes, 10 de octubre de 2017

Coro de ausentes | DESCUBRIMIENTO


Encontrar. A lo largo
del día y a lo ancho de la noche.
En cualquier sitio donde esté
encontrar algo que ya sea propio.
El vuelo de una garza
sobre el cañaveral. La luz
del poniente que juega al escondite
detrás del campanario. Un brote
de pino que se fuga
del bosque. A veces veo
palabras. Unas son desconocidas;
otras, sucias. Se limpian con fervor,
se les devuelve su significado
y se colocan dentro de una frase
de nuevo. Así, encontrar
es la manera 
de sentir el latido
de la vida. Y cuando atardece,
cada día, encontrarse
uno consigo mismo.

lunes, 9 de octubre de 2017

Coro de ausentes | VELETA


El viento habla con el muro
de vez en cuando. Le propone
ir de aquí para allá,
no asentarse en ningún lugar,
abandonarlo todo.
Disfrutar la aventura
del movimiento que no cesa.
No tener una casa
para entrar en la de cualquiera.
El muro escucha, sí, pero no presta
atención, porque ya conoce
su monserga, tan vieja como el alma.
Le preocupe más la vida
de las flores menudas
que entre sus ranuras crecen en abril
y trata el viento de arrastrarlas
en su parranda. Ingenuas
quisieran admirarlo. Al que se va
cuando los días permanecen,
y no se sabe a dónde.

sábado, 7 de octubre de 2017

Becqueriana / 117



El dulzor de la saliva ha dejado sobre la piel un poema. Leve rastro de humedad que traza sensaciones y estremecimientos. Médula que da vida a los versos. Rayo que vierte su luz sobre el papiro de los cuerpos y deja un cuenco de silencio al pie del tiempo. Laberinto de brazos y piernas que caligrafían la letra de un alfabeto desconocido, que se aprende en cada abrazo para poder leer los instantes sin texto. Caracola del deseo que ha recorrido las voces con ojos cerrados y a su paso ha dejado por escrito lo que no ha necesitado escritura.

jueves, 5 de octubre de 2017

Becqueriana / 116



Sobre el tendido eléctrico los pájaros revelan la partitura musical de la mañana en la pared donde la sombra del primer sol los dibuja. Si emprenden el vuelo, su escritura se expande por el cielo y se convierte en un morse que transmite urgentes citas de Heráclito en el frontispicio del mediodía. Entre las ramas, su piar menudo inaugura la tarde con la métrica hexasilábica de una canción tradicional donde una muchacha habla de amores emboscada entre las hojas de las metáforas. Y al anochecer, aves oscuras describen con la caligrafía de los encuentros el instante de entrelazar las manos.

martes, 3 de octubre de 2017

Coro de ausentes | BANDEJA


Cien palabras para un poema.
Se seleccionan y se limpian
sentidos figurados,
se secan con el paño
de la fonética. Se distribuyen
en frases, se sazonan con diversos
signos de puntuación.
Se cocinan a fuego lento.
En otro recipiente más pequeño
se hierve una mirada.
Lo que los ojos ven sobre la mesa
donde se escribe, lo que se contempla
por la ventana, lo que evocan
las imágenes en el escenario
de la memoria. En este punto
de ebullición su contenido
se vierte en las palabras.
Se sirve con caligrafía
enrevesada, cejijunta.
Por encima, unas gotas de café sin azúcar.

domingo, 1 de octubre de 2017

La vendimia


Al caer la noche los cestos apilados esperan el último viaje del tractor. Forman un bulto de sombra en mitad del camino. Los hombres se sientan en el suelo y algunos sacan un cigarrillo y fuman. Las vendimiadoras ríen en corro mientras los últimos rayos del día les iluminan el cansancio del rostro. Las vides parecen levitar, sin frutos entre las hojas y ahora, ya, solitarias tras un día de trasiego. Exultante, el dueño va de unos a otras, saluda y reparte sonrisas. Ha contado los cestos y ha multiplicado. Solo para él, es la noche de fin de año.