sábado, 28 de noviembre de 2009

Elegía con águila y poeta

Temprano, como corresponde al horario de las ligas infantiles, circulamos por autopista. Apenas hay tráfico, sólo monotonía. De repente, G dice: «Mira el águila sobre la torre de alta tensión». Me pierdo la imagen del ave, pero en esta frase fortuita pronunciada por un niño veo inmediatamente a José Viñals. Su nombre nada me decía la tarde que abrí un libro suyo en Laie. Aún recuerdo la mirada de águila del poema «Barcelona»; luego me alcanzó la fortuna de conocerle, su pausada, laberíntica y acerada conversación, sus maravillosos libros. José Viñals señoreará siempre sobre la alta torre de la poesía.

jueves, 26 de noviembre de 2009

Presagios

Un bodegón académico —jarra y vaso con agua; naranjas, una entera, otra a medio pelar y la tercera desgajada— me sorprende. No por la pintura, sino por la firma: «Etienne». Mientras me doy la vuelta, preguntándome aún si el personaje de la novela que escribí podría haber pintado el cuadro, enfrente me asalta un título: El viejo de las naranjas. Lo rescato. Edición de 1960. Dos puestos más allá, me entretengo con un proyector de cine mugriento; en una esquina leo: «Inauguración 11-9-1960». Los signos me abruman: ¿será mi vida la que está ya a la venta en los Encantes?

martes, 24 de noviembre de 2009

Ñaque

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Aquí estamos. Somos dos y malavenidos. Mi cuerpo, yo y un camino pedregoso. ¿Será posible que en realidad seamos tres? Mi alma, mi cuerpo, yo y un sendero que se comen las matas. ¿Conseguiremos algún día formar media compañía? Mi amor, mi alma, mi cuerpo, yo y el lindero entre dos tierras. ¿Veremos una dama en el papel de dama? ¿Una dama de verdad y no un niñato con delirios palaciegos? Mis sueños, mi revelación, mi esperanza, yo, las nubes que amenazan lluvia. ¿Una compañía entera para ponerle voz a todo un Lope? Dos, yo y yo. Acabamos de llegar.

domingo, 22 de noviembre de 2009

Ámsterdam

Frente a las iluminadas vitrinas donde las mujeres disimulan su tedio en los edificios del Barrio Rojo de Ámsterdam es fácil identificar la figura desmejorada de Peter van Naakt con una libretita en la mano. Creador de un código alfabético de desnudeces, acude diariamente a las calles del distrito para escribir al dictado de las ropas íntimas, tatuajes, teñidos y gestos de las prostitutas. Pese al interés que algunas revistas para hombres mostraron por publicar sus obras cuando un diario le entrevistó para la sección de Ocio, todas acabaron desestimándolo tras comprobar que se trataba sólo de poemas de amor.

jueves, 19 de noviembre de 2009

El maletín del paisajista, y 3

¿Y si en vez de tiempo fuéramos lugar? Se siente del árbol que pinta. ¿Lo estás imitando? —preguntan los pajarillos que pían en el bosque—. Los griegos —les responde— tuvieron una alta estima por la imitación, pero hoy sólo se les valora si juegan bien al baloncesto. Tienen encanto —reflexiona— la luz de la mañana y el sosiego del árbol; materias inservibles, sin embargo, para el arte. Pero si no estuviera aquí apretando los tubitos de pintura, uno a uno, bien elegidos, para que viertan sus entrañas en la paleta, ¿de qué me serviría a mí el arte? —murmura—.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

El maletín del paisajista, 2

Desperdiciar la mañana pintando el árbol que está ahí delante le parece, como a cualquiera que lo viera, un despropósito. Una pérdida de tiempo, sin duda; es decir, la pérdida de uno mismo, pues todo el mundo sabe que somos tiempo. Unta el pincel en el verde botella de vino y traza una sombra sobre el lienzo. ¿Y cuando no quede más tiempo para perderlo así? Se imagina que quedará el árbol y también el árbol pintado. Por este, en los Encantes, un vendedor desdentado pedirá cuarenta euros, y quien ha solicitado precio se dirá: no los vale el marco.

lunes, 16 de noviembre de 2009

El maletín del paisajista, 1

Ha dejado el coche en una roza al pie de la carretera que asciende a la cima. La silla plegable, el caballete, el lienzo, el maletín, la bolsa de la comida; le faltan brazos para acarrearlo todo. Se ayuda con la mirada no contemplando el sendero, la retama, la adusta umbría. Cuando el camino se abre hacia el valle amontona los utensilios y rastrea las proximidades. Se diría que busca encuadrar las vistas con las nubes, pero sólo observa con atención el suelo. Cuando halla un terreno llano, a favor de la brisa, se sienta satisfecho y abre los ojos.

domingo, 15 de noviembre de 2009

La irreprimible afición a las listas

Esta de narradores contemporáneos: a todos puedo enviar una carta. Catorce: para que tenga aires de soneto. A veces no ha sido fácil encontrar sus libros. Los he descubierto poco a poco. Tengo la sensación de que olvido nombres (siempre se olvida al mejor), pero los libros de quienes anoto me han sorprendido. Del conjunto puedo decir que son la razón para seguir creyendo en la literatura, hoy: César Martín Ortiz, Eduardo Jordá, Fernando del Castillo, Fernando Sanmartín, Gonzalo Hidalgo Bayal, Gonzalo Manglano, Hilario Rodríguez, Isabel Bono, Javier Quiñones, Javier Sebastián, Jesús Aguado, Manuel Vilas, María José Furió, Toni Montesinos.

jueves, 12 de noviembre de 2009

Tempus sedet

En la campa de los Encantas llama la atención una enorme colección de relojes de pared, desvencijados y polvorientos, muchos sin manillas, grandes esferas de relojes comerciales, otros de cuco, mecanismos y piezas amontonados: un pequeño cementerio de tiempo. El fallecido sería relojero. La imagen le hubiera dado qué pensar a un filósofo. A mí me gusta sólo porque parece reproducir un cuadro barroco. El viejo que regenta el puesto reclama: Hassan, dile al señor cuánto vale ese. Y Hassan responde: trinta euro. Se enfada el comprador: Quia, si ni siquiera funciona. La gente pasa ajena a las horas inmóviles.

martes, 10 de noviembre de 2009

Habitación 134

Los huéspedes de este huidizo hospedaje no lo abandonan, sino es para salir y no querer volver. Hay un número en la puerta de cada habitación y dentro los atributos de la noche. Por los corredores idénticos pasean raras parejas de ser humano y palo con ruedas y botella invertida, cogidos del brazo. Sombras blancas van arriba y abajo continuamente. A veces una entra en el cuarto sin llamar y desaparece sin despedirse. Domina una quietud de acuario: todo se mueve, pero nada parece avanzar; el tiempo, menos que nada. La vida dormita; una enfermera la despierta jeringuilla en mano.

domingo, 8 de noviembre de 2009

Aarhus

Sale del hotel el sábado al atardecer para dar una vuelta por la Ciudad Antigua. El camión con su mudanza no llega hasta el lunes; y el mismo lunes por la tarde se inaugura la oficina de la filial que le han encargado dirigir en Aarhus. El fin de semana es un cuenco vacío, se dice Lennart Grønkjær, ansioso por resolver los problemas que se le vienen encima. «Tantas cosas por hacer y no poder adelantar nada hoy.» De plaza en plaza, deambula por calles solitarias como empujando el día fuera del tiempo: qué desperdicio de jornada para su currículum.

jueves, 5 de noviembre de 2009

Vidas de la vida

En los Encantes aparece por los suelos una biografía en forma de biblioteca. Gruesos volúmenes de jurisprudencia, alineados, señalan a un juez. En otra esquina: una serie de novela policíaca barata, encuadernada en tomitos de piel. Enciclopedias de la historia y la geografía de Cataluña hablan del patriota, junto a una pequeña selección de libros sobre Franco —acaso escondida—. Unos cuantos libros religiosos recuerdan al hombre cabal que compró, sin embargo, excesivos títulos de la colección «Otros mundos» —de Plaza & Janés— dedicada a asuntos paranormales. Toda biblioteca tiene siempre una cara A y otra B. ¿Cuál leería más?

martes, 3 de noviembre de 2009

Luna de noviembre y azoteas

Luna del 3 de noviembre. Foto JAC
Igual que la joven que ha trasnochado y la noche le parece breve, la luna llena de noviembre señorea sobre las azoteas, sin arrimo de cansancio. En el añil aún no cuajado del cielo, limpio por la ventolera, la vieja seductora camina erguida entre chimeneas, antenas, barandas y falsos tejados de uralita sólo por arrancar un suspiro de admiración a los recién levantados en la ciudad. Qué poca atención le prestamos a la luna. Si no fuera por su inconformismo constante y su continuo saltarse horarios, joven díscola, pensaríamos que el universo acaba en el receptor de canales por satélite.

domingo, 1 de noviembre de 2009

El territorio de la mirada, y 5

Jane Dickson. Green Garaje, 1983
—Eh, tú.
—¿Yo?
—¿Quién va a ser?
—No trabajo aquí. Vengo a buscar mi coche.
—¿Y qué?
—No podré ayudarle, señorita.
—Eso depende.
—No trabajo aquí.
—Al parecer nadie curra en este antro.
—El vigilante habrá salido.
—Estará borracho.
—No puedo saberlo. Vengo a retirar mi coche.
—Ya lo has dicho.
—Disculpe.
—Qué amabilidades. Oye, ¿no quieres acercarte?
—¿Acercarme?
—Un poco. Sí.
—Mi...
—Ya, tu coche. Ven.
—No.
—¿No? ¿Una dama te pide que le ayudes y dices no?
—No. Quiero decir, sí.
—Acércate.
—¿Por qué habría de hacerlo?
—Porque estamos solos, los dos.
—He de sacar mi coche. Sorry.