miércoles, 24 de noviembre de 2010

Les nymphéas, et 7

Cuando la oscuridad emerge desde el fondo del estanque, enloda las aguas y sus añiles cercan la luz que aún palpita en los nenúfares, los ojos ceden. Los brazos, las manos, las piernas. Ceden los cabellos blancos, invisible caligrafía sobre las hojas que quedaron por escribir en el cuaderno. Los símbolos conocidos se acomodan al caer la tarde en una tumbona vacía que hay junto a la mía para que sienta un fugaz escalofrío y abra los ojos. Si me levanto en busca de un jersey, tal vez me retenga dentro algo —no sé, el televisor, la cena— mientras anochece.

sábado, 20 de noviembre de 2010

Les nymphéas, 6

—¿Señor Monet?
—¿Sí?
—Mi nombre es Villaespesa, Francisco Villaespesa, soy poeta español.
—¿Español?
—Sí, poeta. Villaespesa. ¿Le suena?
—Ah, poeta.
—Bravo. Señor Monet, quería hacerle una pregunta, ¿sería posible?
—Poeta…¿es usted acaso el mejor poeta español?
—Lo intento. Publico mucho. Tal vez demasiado, los editores me piden libros constantemente y soy débil para decirles que no.
—Hay que aprender a decirle no al mundo.
—Es difícil, cuando se es poeta.
—Humilde oficio. Y hermoso.
—De eso quería hablarle.
—Dígame.
—De los nenúfares, también humildes y hermosos. Me pregunto de qué serán símbolo.
—¿Símbolo los nenúfares? De nada. Sólo son remordimientos.

martes, 16 de noviembre de 2010

Les nymphéas, 5

Con el gabán abrochado hasta el cuello, gorro, botas, guantes, avanza bajo la tormenta. Los copos, mínimas astillas de hielo, dibujan cenefas infantiles sobre los pliegues mientras camina. Cada ventana que cruza es el cuadro de una exposición que ha visto: una familia cena alrededor de la mesa, dos personas hablan frente al chisporroteo del hogar, una joven lee, un candil encendido en una sala vacía. La ciudad se refugia del tiempo en el tiempo. Sólo él ha salido a la intemperie. Se dirige hacia el estanque. Nieva. Sus ojos rascan, lijan la oscuridad para desvelar los colores que oculta.

viernes, 12 de noviembre de 2010

Les nymphéas, 4

¿Ese? No ha de preocuparle, señor Saussez. Un chiflado, pero simpático. Aparece un día por semana. Pregunta. Se pasa la tarde mirando peces. No compra nunca, pero es buena gente. Me contó que era pintor, Manet o Monet dijo que se llamaba. Creo que no miente, porque lleva la camisa llena de manchurrones de colores. Le propuse que hablara con el dueño… con usted, vamos, como a la tienda le vendría bien una mano de pintura, quizá se le podría pagar con unos cuantos escalares y discos, que son los peces que más le gustan. Dijo que se lo pensaría.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Les nymphéas, 3

La lluvia que cuela la ventana abierta del estudio motea con esmero el apunte donde el pintor había dibujado las aguas del estanque. Las gotas que han chocado contra los cristales resbalan con indolencia, invitando a la fiesta cuanto encuentran a su paso, y se lanzan contra el papel perdido en un rincón. Los chorreones que se deslizan por la pared, empapada, chocan contra el entablado, se remansan en charcos que al crecer alcanzan la hoja y allí se ocultan. Su humedad, no obstante, los delata oscureciendo palideces. Cuando amaine la tormenta , el apunte olvidado habrá imaginado el cuadro.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Les nymphéas, 2

En el cibercafé de Rue du Colombier, Giverny, Pierre Restrepo imparte por las mañanas un curso de navegación para jubilados. Les ha enseñado a entrar en You tube y los viejecitos se pasan horas viendo vídeos: «Si hubiera conocido esto de joven». Les cobra una miseria, pero lo recupera con horas de alquiler para prácticas. La mayoría ha abierto cuentas en Facebook y se escriben recados unos a otros, en la misma sala. Menos el señor Monet que, aparte de llenar el teclado con los pelos sueltos de su barba, se pasa las horas muertas contemplando fotografías de flores acuáticas.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Les nymphéas, 1

.
En la bengala que sube a los cielos
sin luna. En la corriente con arenas
y con aceites pesados del río
sin campo. En los buñuelos que cayeron
al camino y reboza el polvo. Luz
acuartelada por las nubes rojas
ya sin resuello, ya sin el perdón
que sólo puede otorgar el olvido.

Que sólo puede otorgar la llegada
del vacío a los cielos con bengalas,
a los ríos de aguas arenosas,
a los buñuelos que madre lió
pacientemente en un pañuelo rojo
que se quedó abrazado al simple hueco.
Brasero bajo la mesa camilla
cuando ya nada logras calentar.