Los copos han revoloteando por el cielo de agua, su incierto vuelo y sus
destellos han encantado los días, encendido las noches. Sin las manos que la
agitan, las blancas ilusiones van posándose en el suelo de la bola de vidrio.
A la vista quedan las humedades del cuarto alquilado, los martillazos ante la
ventana del despacho que da a las traseras, los adoquines mal ajustados que
encharcan los zapatos las tardes de lluvia. Por más que trate de removerla, no
volverá a nevar en la libreta cuyas páginas arrancaba para escribirle. Dos
palabras —hasta pronto— mienten sobre
su negrura.