sábado, 1 de marzo de 2008

Vertedero de novelistas



Un hombre de apariencia indefinida, un jubilado, espera en la parada del autobús. Ojea las primeras páginas, como haría un comprador de libros, de un grueso volumen que mantiene enfundado en una bolsa de plástico blanca, de esas que a uno le dan cuando compra en un comercio sin nombre. Por una esquina vislumbro las tres últimas letras del título, impresa en dorado: «Generaciones». Emerge de la memoria su autor: Cristóbal Zaragoza. El volumen está más que fatigado, francamente sucio. El papel amarillea. Me pregunto —en la ciudad aún por despertar— dónde irán a parar los novelistas del pasado inmediato.