viernes, 5 de junio de 2020

Cuentos del hada jubilada (segundo)



En el huerto de su abuelo se encargaba de recoger las mandarinas. Los limones, no; porque era pequeña y el limonero es un árbol traidor. Pero el mandarino crece poco y mira triste. Hojas lánguidas y oscuras que no le dan conversación a los pájaros, que huyen hacia copas más esbeltas. Luces, piensa; deseos, tal vez. No se explica cómo de un árbol tan feo y desangelado nazca un fruto tan brillante. Tan dulce. Su abuelo conocía el secreto y por eso se lo había dejado. Y cada temporada la ilusión por llenar un cesto de mandarinas ilumina su recuerdo.