Abriste la cremallera de la mochila y extrajiste un libro. Bien, pensé. Acababa de levantarme para que accedieras al asiento de ventanilla. Volviste a introducir la mano y salió otro. Prevenido, añadí para mis adentros. No te quitaba la vista de encima, tú seguías a lo tuyo. Un tercero. Vaya, el viaje a Filadelfia resultará largo. Luego, un cuarto. Hay que cruzar el Atlántico, es cierto. Cuando apareció el quinto no sabía qué decirme. Fugitivo: no piensa regresar, se lleva la biblioteca consigo. Ante el sexto, Jesús, ya no pude reprimir algún triste tópico: ¿Es por si pinchamos una rueda?