Cestos de mimbre a medio llenar, o medio vacíos, arrumbados bajo un soportal. Cántaros que dan de beber al sol. Gallinas que estrenan la libertad. Basta el paso por las callejas del mercado de Marta y María, las dos hermanas beguinas, para que lo perentorio extravíe sus razones. También a mí me ocurre. Por seguirlas con la vista descuido cualquier negocio que tuviera entre manos. Y ni siquiera voy a susurrarles severa cuestión al oído y escuchar su consejo con pasmo en el rostro. Ni desdoblo las mil dobleces de una carta para oír cómo transforman los garabatos en palabras.