Entrelazadas, sobre la falda, las manos. Como abandonadas entre las telas, ignorantes de cualquier voluntad. Nunca he lamentado tanto no haber estudiado los secretos de la pintura para suplir lo que la memoria no sabrá guardar durante el tiempo que viva. Aquello que contemplaba Hadewijch de Bravante tampoco hubiera podido representarlo porque mis luces solo me permitían ver un carpe blanco de tronco ancho y abotargado. Empecé a comprender el sentido de la visión cuando desvié la mirada hacia la abertura de sus ojos cerrados, la respiración alterada, el cuerpo desprendido y, sobre todo, las manos temblorosas y tan ajenas.