viernes, 21 de agosto de 2015

«La ciudad de las desapariciones», de Iain Sinclair


Desde la primera frase que leo en este primer libro que se traduce de Iain Sinclair (1943) me descubro a mí mismo como discípulo suyo desde siempre, aunque hasta hoy lo haya sido sin saberlo. También como vecino, colega, amigo. Como lector. Discípulo de su estilo metafórico, hiperactivo, visionario, tan hiperbólico como a veces necesita la realidad para ser captada con exactitud. Pero sobre todo de su manera de pensar desde el espacio. Busca, primero, el lugar desde el que contar lo que ocurre; encuentra, después, en el lugar los símbolos que lo sostienen; describe el lugar, siempre, para pensarlo.